Aquella tarde del 15 de marzo de 1990 los vecinos del inmueble detectaron un olor putrefacto procedente de la vivienda ocupada por ALM, de 78 años de edad. No lo habían visto desde un par de semanas atrás. El presidente de la Junta de Vecinos decidió llamar a la policía. Primero se presentó una patrulla de Guardia Urbana y después otra de la Policía Nacional. También lo hizo una dotación del Cuerpo de Bomberos de Las Palmas de Gran Canaria. Entre botar la puerta abajo o acceder a la vivienda desde la calle a través del balcón optaron por lo segundo. Máxima expectación en la calle. Un bombero apoyó la escalera en la fachada del inmueble y subió hasta el balcón. La puerta del mismo estaba medio abierta. No pudo soportar el olor nauseabundo. Otro bombero subió con sendas mascarillas. Entraron en la vivienda y abrieron la puerta de la calle. Vecinos y policías se arremolinaban en el rellano. Entraron varios agentes protegidos con mascarillas. En el dormitorio vieron a Andrés L.M. cubierto por una nube de moscas, escarabajos y hormigas. Dos horas más tarde se presentó el juez de guardia para levantar el cadáver y trasladarlo al tanatorio del cementerio de San Lázaro. El médico forense procedió a practicarle la autopsia. Vestido con bata blanca, mascarilla y guantes de latex, observó detenidamente el cuerpo descompuesto del anciano, el proceso de putrefacción caracterizado por la intervención de los gérmenes del cuerpo humano y otros procedentes del exterior. En el primer caso, los microbios endémicos del intestino y los bronquios, cuya existencia permanece más o menos controlada durante la vida de las personas, adquieren una gran virulencia y proliferación segregando una sustancia capaz de destruir los tejidos gracias a la detención de los mecanismos inmunológicos.


El proceso de putrefacción consta de cuatro fases, cuyo desarrollo no sucede necesariamente de forma consecutiva, sino de manera superpuesta en muchas ocasiones porque no todo el organismo se descompone uniformemente. La fase cromática empieza aproximadamente a las veinticuatro horas del fallecimiento. En ese momento aparece en el cadáver la denominada mancha verde abdominal, concretamente en la fosa ilíaca derecha, a la altura del ciego. Se trata de la sulfohemoglobina o mezcla del ácido sulfhídrico de la flora bacteriana y la sangre. Según sean las condiciones del medio ambiente; por ejemplo en invierno, la irrupción de la mancha abdominal suele retrasarse. La mancha abdominal no debe confundirse con la mancha verde del esternón, característica de la muerte por ahogamiento. Tanto en los ahogados como en los recién nacidos, la coloración verdosa se presenta antes en la cara y en la cabeza.


A la fase cromática le sucede la fase de hinchazón. Es cuando el cuerpo aumenta de tamaño debido a la producción de gases por la acción de los microbios. Los gérmenes aerobios agotan el oxígeno del cadáver y ceden paso a los microbios anaerobios, productores de gases como ácido carbónico, amoníaco, ácido sulfúrico e hidrógeno, inflamables durante los primeros días. Durante ese período, el cadáver desprende un olor fétido. La cara se hincha y se vuelve de color negro, hasta el punto de hacer irreconocible en muchos casos a la persona fallecida. La denominada "red vascular de putrefacción", constituida por los vasos sanguíneos y linfáticos, cubre por completo de azul todo el cuerpo, desde los cabellos hasta las uñas de los pies. Los gases microbianos hacen más perceptible el aumento de tamaño en los testículos y en las mamas. En los órganos internos producen vesículas y en la piel forman ampollas.


Luego viene la fase colicuativa. Se produce cuando la piel se desprende espontáneamente y el plasma sanguíneo aflora al exterior. Este mecanismo se inicia entre una y dos semanas después de la muerte.


Finamente sobreviene la fase esquelética. Comienza después de la fase colicuativa o paralelamente. Consiste en la destrucción de los tejidos blandos hasta dejar al descubierto los huesos, cuya pulverización es irremediable.


La participación de los denominados "escuadrones de la muerte" o ejércitos de insectos necrófagos sucede en la fase cromática. Tan pronto como ocurre el fallecimiento de la persona el cadáver empieza a descomponerse y a desprender olores capaces de atraer a los insectos necrófagos. El primero en aparecer es la moscarda o mosca azul. Suele hacerlo en cuestión de minutos para depositar sus huevos en la boca, ojos y fosas nasales del cadáver. Los huevos se convierten en larvas, éstas en pupas tras darse un banquete a costa de las visceras y finalmente en moscas adultas para ser fecundadas por los machos que pululan alrededor del cadáver. La colonización del cadáver prosigue con la nueva desovación y la aparición sucesiva de otros insectos parasitarios como los escarabajos y las moscas. La presencia de hormigas depredadoras de larvas de insectos necrófagos indica que la muerte ha podido ocurrir alrededor de quince días.

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RAFAEL SÁNCHEZ ARMAS

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